lunes, 24 de enero de 2011

Aquél tesoro en el Oasis

Sin más que puritititas ganas y el recordarme lo tanto que añoraba hacerlo hace unos años, cuando realizaba mis pininos en los mass media y tenía que pagar el absurdo derecho de piso para poder vacacionar, en 2010 realice viajes de placer que deseaba de sobremanera y en búsqueda de algo que trascendía lo evidente u obvio que sería el descanso, conocer, dar rienda suelta a la vida (y noche) loca o un bronceado espectacular.

Resulto, que el destino al que menos expectativas de goce y buenos momentos me esperé dieron, por si mismo, anécdotas y sobretodo lecciones que podría considerar de vida en algunos años si la sensación y su fundamento me siguen atrapando como desde aquel fin de año 2010.

Poco me importo llegar desvelado, muy enfermo y que el clima no se pareciera en nada al que yo conocía -y esperaba- de una playa (andaba con un suéter caminando sobre el Malecón) llegar al refugio temporal me fue tan familiar que logro darme la tranquilidad que esperaba conseguir en días de descanso.

Al regresar de comprar medicamento que aminorará mis males físicos, halle al dueño del lugar, nos saludamos cordialmente, se rompió la dinámica de comunicación telefónica y una cortesía de su establecimiento vaticinó que estar ahí sería una apuesta ganada a la perfección.

Guillermo, con su voz aguardientosa y la sonrisa que estaba cubierta por su tupida barba a ras de cara me ofreció la cerveza de bienvenida, sello característico de su negocio y de inmediato surgió la invitación que desde que tengo edad legal de hacerlo muy pocas veces la he despreciado:

-Esta noche nos vamos de antro, cómo ves... ¿gustas ir?
-¡No me digas dos veces, cuenta conmigo...!

Chocamos las manos, la primera de muchas veces en nueve días de convivencía.

Sabedor como él sólo en las cuestiones de ambientación multicultural, armó la dinámica y logística en la noche: familiarización en el hostal, precopa en su bar preferido y cerrar la noche en uno de los antros más nice de Puerto Vallarta. Todos os inquilinos hicimos conexión a pesar de las diferencias idiomaticas, de edad, orientación sexual, clase socioeconomica o poco tiempo de convivir; la noche simplemente fue perfecta y la compañía a fin de cuantas nunca me faltó de ahí en adelante e influyeron en gran medida a quedarme más tiempo del planeado.

Las noches siguieron en su dinámica activa, encontrando a los rock bar como los sitios donde mejor fluía la convivencia, el desfogue y naturalidad de los huéspedes. Era domingo y por cuestiones que nunca entenderé el ambiente se permeo opuesto al día de mi arribo, el sábado, sin embargo ahí obtuve dos joyas que siguen haciendo ruido en mi cabeza.

Alguien comentó que el lugar estaba muy flojo en ambiente hasta que llego el grupo y se puso (pusimos) a cantar y bailar por lo que igual la opción era ir a otro establecimiento con ambiente "asegurado" a lo que Guillermo respondió:

-El ambiente lo pone uno esté en donde esté y sea el día que sea...

Enfatizo este punto porque mucha gente de mi circulo social espera el viernes o sábado para disfrutar de un lugar o noche hasta morir cuaestión que no logro entender cuando justifican esto con frases de: "Es san Lunes, respeta", "Cómo ir a chelear en martes", "Esta muerto los miércoles..." en fin...

Después de mucho brindis y manos que hacian give me five Guillermo remató en una platica entre nosotros, dentro del mismo lugar:

-Aquí no conoces personas, encuentras almas...

Valiendome madre si suena cursi o cliché metafisiconoreligiosohippieteca, su sinceridad en expresarlo no unicamente con palabras me atrapo y fue lo que después de algunos viajes no había podido encontrar, tal vez, por la decidia de hacerlo o por el hecho de descifrar que tal vez fuera eso lo que requería o buscaba hallar en cuanto abandonaba la Ciudad de México y disfrutar otras latitudes.

La interpretación es a gusto individual pero no le doy definición porque como dice Oscar Wilde: definir es limitar.

En esa ocasión nadie se definió, solamente vivieron y transcendieron.

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