miércoles, 27 de octubre de 2010

Lo rosa de él

Era la rosa dedicada a ella, la flor que debía finiquitar su compromiso y quedar a su resguardo para seguir con el acuerdo de estar juntos.

Sus motivos para rechazarla nunca fueros totalmente validos, justos, concretos y razonables sin embargo él sabía que poco o prácticamente nada podía hacer en los subsecuente.

Sin embargo él siguió conservando la flor aunque no darle destino final en el lugar donde la preparo junto con una envoltura de celofán y una carta color morado de pocos párrafos, redactados en tinta azul.

La carta fue destrozada como instrumento catalizador de la ira e impotencia, la puso en la palma de su mano y cuando la convirtió en puño elimino la plana textura de la hoja y la aventó en su nueva forma de bola a una jardinera que estaba rodeando a los jóvenes que se encontraron en un parque de la cuidad.

Pero la rosa seguía intacta, en su cobertura plástica, resguadada por la mano derecha de él. Sentía mayor desprecio en quitarle vida a la flor que a su inspiración plasmada en letras.

Decidió huir lejos del rechazo, de ella y las sensaciones que tenía revueltas en los órganos y la mente. Finalmente detuvo su paso y se estacionó en un café muy discreto pero funcional para él, con iluminación baja, música tenue, poca clientela y modesto menú. Pidió un capuchino.

A la rosa le falta hidratación, la delataban sus pétalos que se ponían asperos y empezaban a cambiar de color en los bordes. Él pensaba que más que la falta de agua, el contagio de su estado anímico nada positivo y dominado por lo viceral daba un matiz fúnebre a esa rosa que había comprado en un puesto callejero y que llamó su atención poderosamente por la presencia y color tan intensos que mostraba y lo invitaba a estar con él.

Mientras daba sorbos lentos, degustando como nunca su bebida preferida esperaba encontrar el equivalente de sabor satisfactorio al desaire de ella. De reojo miro a la rosa y la veía más seca, los pétalos enrollándose y agarrando formas no estéticas a las conocidas por lo que decidió quitarle la envoltura de celofán transparente y tratar de eliminar con su dedo el rizo que había formado instantes previos.

Paso casi hora y medía, él se dedicaba a ver a la gente que pasaba, degustaba del servicio de la cafetería y como su rosa perdía presencia. Pensaba en ella y en la persona que lo dejo pero ahora le angustiaba como la flor moría. Pago y partió de forma instantánea con la mente más clara.

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